selvacega (2000-2013):














































Arriba:

Camino en el Bosque del Plantío.


Abajo:

Fuente del Vado.




Selvacega.


Paseos, textos provisionales de trabajo, dibujos, maquetas, cuadernos, acciones...


(Introducción).


En las regiones interiores, plantada en una enorme llanura, se extiende una comarca singular.

Los ríos que desaguan las Sierras Centrales, antes de correr domesticados hacía las campiñas cultivadas, se pierden entre el bosque en una tierra arenosa y sin horizontes.

Uno de estos ríos, apartado de los pueblos y ciudades, oculto, se desliza por la mas compacta y homogénea espesura, encallado entre cañones de arenisca en el corazón de Selvacega [...]


Abajo:

Ruinas del Salto.




[...] Una tierra sin horizontes.


En las zonas mas cerradas y húmedas, donde las selvas se espesaban, los suelos profundos y oscuros daban asiento a pequeñas aldeas.

Estos oasis del bosque son ahora claros cultivados y sin embargo, todavía, la presencia del bosque es constante, opresiva o liberadora, depende para quien.

Miremos hacia donde miremos, nuestra vista se detiene frente a una muralla verde que nos impide ver el horizonte.

Este mundo se atasca entre huertas, arenales, lagunas, cauces y arroyos como los de Jaramiel y la Sierpe, siempre en la distancia corta, alrededor del pueblo o la aldea [...]



Thaumetopoea pityocampa.




(Fragmento del texto de trabajo “Thaumetopoea pityocampa y otros fantasmas”).


Sobre la masa boscosa aparecen unas formaciones blanquecinas coronando las terminaciones de las ramas.

En estas nubes de suaves filamentos adhesivos aglutinados sobre una horquilla, se esconden nidos con centenares de larvas y huevos.

El mas leve roce o sacudida del viento sobre los nidos hace que una miríada de minúsculas e invisibles hebras inundan el aire circundante causándonos una persistente molestia cutánea que, progresivamente, derivará en una irritación ocular y finalmente una ceguera que nos dejará incapacitados en medio de la espesura.


Durante los meses primaverales, reptando entre los árboles, unas largas hileras de orugas marchan a colonizar nuevos territorios.

Filas interminables encabezadas por un ejemplar cualquiera, se desplazan erráticamente buscando un nuevo árbol para anidar.

Si por casualidad rozamos uno de estos individuos, presentaremos los síntomas anteriormente descritos.

Cuando, infortunadamente, alguna de las hebras tóxicas roza nuestros labios o boca, el daño se puede tornar irreversible. La reacción necrosante se manifiesta en unas horas, inflamando y gangrenando los labios y la lengua. Si las hebrillas penetran en nuestra garganta, podemos padecer el mismo tipo de lesiones de modo mas severo aún.


Por su parte los ejemplares adultos de la especie se caracterizan por su tamaño y aspecto discreto, de color blanco agrisado con ribetes amarillentos, suelen volar caóticamente arrastrados por las brisas una vez anochece.



(Fragmento del texto de trabajo “La Bestia”).


1.


Algunas veces de anochecida, podía verse a lo lejos una figura encorvada llevando a la espalda una especie de zurrón de arpillera basta.

Saliendo del límite del bosque, envuelto en una capa raída y mugrienta, cubierta de musgos y líquenes, trotaba a trechos, agachandose repentinamente o cazando los vientos con el hocico a lo alto.


Se contaba que entraba,

en las alcobas.


Por las ventanas sin rejas,

trepando.


Que se llevaba a los niños,

que los cebaba,

que los mataba.


El coco vivía en debajo de un pino rastrero, en un chozo perdido en el pinar.

Tenía una guarida nauseabunda que apestaba a humo y a grasa.

En un rincón había siempre un caldero sobre las ascuas y un alambique.

Una cazuela de barro recogía los vapores destilados.

Colgando del techado había matas de romero, de salvia, de cantueso y de tomillo. En el suelo había bayas secas, ramas y hojas, de tejo, de beleño, de adormidera, de madreselva, raíces de dedalera, de uva de perro…

Había también, entre otros, botes con sangre, tritones y miel de cicuta.

El coco dormía en un jergón de pajas y desayunaba aguardiente de endrinas que guardaba en un cubete.


La gente evitaba internarse en las sendas del pinar. Como mucho, recorrían la ribera para pescar o recoger avellanas.

En el río había mejillones y desmanes.

El coco bajaba al río como quien va a la tienda, a por agua, a por helechos, a por raíces, a por ratas o a por cangrejos.

Evitaba a la gente y por eso elegía la noche para ir a la ribera.

Recorría los senderos mas ocultos, entre los zarzales y los espinares albares, en los que se movía como un animal.

Tenía encames en algunas laderas escondidas donde se echaba la siesta al sol del invierno.


Con lo que el alambique destilaba, el coco hacía ungüentos. Antaño se vendían muy bien los de pata de oso pero ya no se veían osos por allí.

El coco vendía sus mejunjes al tío Botas y también a la tía Terribla que luego los distribuían en secreto.


2.


El suelo esta apelmazado por el frío. Las hierbas escarchadas, crujientes. La arenilla del camino costrosa y ahuecada.

Desde la espesura se ve el tembleque de las lucecillas del pueblo, unas lucecillas ambarinas, tamizadas por el humo.

Ladran los perros, suenan los cencerros y las esquilas.

A trechos huele oveja, a cerdo, a vaca, a gallina, a conejo, a palomar o a persona.

Los caminos están rehundidos en el terreno y los lindes pelados.


El coco va caminando, decidido ya el lugar, la casa, la  ventana.

Huele a tierno.

Paredes de tapia desmenuzada, ventanas bajas, una rendija por la que se oye la respiración del niño.

Mete la mano y empuja la hoja, reptando adentro. Con una mano tienta el bulto y le amarra suavemente apagándole el aliento con una masa de trapos emponzoñados con adormidera.

El saco está cargado de pajas limpias. Mete al niño y este se acurruca.





 

O/S////J.M.YAGÜE////